miércoles, 10 de noviembre de 2010

Como una Parte 1 (de algo)

Primero que nada, íbamos con Nagale a pasear por un río. Entonces yo salía corriendo y empezaba a ponerme lejana y a decirle que basta. Basta de tirar piedras al agua. Pero él no quería parar. Y estaba todo bien, pensaba yo. Si tiene ganas de seguir tirando tantas piedras que lo haga. Pero después no va a haber más y se va a deprimir. Lo conozco. Se deprime y empieza a ponerse lejano él y yo empiezo a acercarme y a sentir que cada vez hace más frío. Que necesito abrigarme. Entonces salto para el otro lado del río y me pongo a charlar con Rildem. Pero pensaba en Nagale y le decía que no, que no era una enfermedad, que tenía que estar tranquilo. Que su papá no iba a venir. Pero él no me creía y se ensañaba cada vez más con cada piedra. Y me abrazaba desde el otro lado. Me pedía ayuda a gritos con sus caricias lejanas. Y yo no podía hacer más. Porque sabía que iba a ser peligroso. Peligro extremo querer ayudar a Nagale cuando se ponía así. Entonces trataba de mojarle la cara con el agua del río. Eso lo iba a traer de vuelta. Pero era difícil porque cada vez se alejaba más y no podía parar de acariciarme. Entonces yo me ataba el pelo y lo miraba de frente. Le agarraba la cabeza y lo miraba a los ojos a más no poder. Hasta que por fin reaccionaba un poco y ahí ya lo podía mojar. Al menos salpicarlo. Y volvía. Entonces le decía volvamos a la ciudad. Nos perdamos por las galerías. Encontremos un súper cafetín impresionante con propagandas viejas. Pero de verdad. No puestas por pura estética retro. Un cafetín viejo posta. Y yo veía que me hacía caso. Le parecía buena la idea. Y dábamos tantas vueltas, tantas vueltas. Nos parábamos a escuchar a un viejo que tocaba el saxo en una peatonal. Tocaba Muchacha de Ipanema y Nagale me decía que quería comprarse un saxo, que lo teníamos que encontrar en las vidrieras. Que con sólo verlo ya sería nuestro. Y hablaba en plural. Cuando estaba así me incluía en todos sus proyectos, se empeñaba en hacerme ser parte. Pero yo lo miraba nomás y pensaba que en realidad yo estaba muy lejos de eso. Que yo no quería un saxo. Pero lo mismo le decía que sí y lo acompañaba. Lo acompañaba por entre medio de toda la gente. Y podíamos cruzar los bulevares corriendo y ningún auto nos pasaba por encima. Era como una capa de cuidado que me ponía encima Nagale cuando me agarraba de la mano y me hacía cruzar corriendo el bulevar. Escuchame, Nagale. No podés estar más así. Decime qué necesitás y yo te lo traigo. Lo busco donde sea y te lo traigo. Quiero un saxo. Un saxo no, Nagale. No necesitás un saxo. Tenés que escucharme. Entonces me volvía a agarrar fuerte de la mano y me decía que si quería que me fuera, que estaba todo bien. Y yo no podía creer que aquello me estuviera pasando. No puedo traerte un mar, Nagale. No puedo la luna. No puedo. Me queda una foto nada más. En tu conjunto de cosas no hay nada que me pueda servir. Y me hería tanto eso, tanto. Me dolía tanto. Y sin embargo me quedaba. Nos íbamos a su casa con un limonero en el fondo y yo preparaba jugo. Entonces llegaba de nuevo Rildem y todo se ponía tenso. Empezaba como una música rara que venía con él después de que cerraba la puerta y se sentaba en la mesa. Nagale, tenemos que hablar. ¿Qué querés, Rildem? Dejalo, Rildem… ¡Dejalo! ¿Para qué viniste? Meliza, vos callate. Nunca tendrías que haberlo encontrado en el mundo. Yo no lo encontré, Rildem. Yo vine y ya estábamos todos aquí. No te metas. Andate, Nagale. Preparame un té. No hay té. No sabemos qué sabor puede tener algo así. Con limones. ¿Un té con limón? ¿Estás loca? Es un peligro que esta chica esté acá, Nagale. Sacala de acá. Me puedo ir sola, Rildem. No te vas a ningún lado. Te venís conmigo. ¿Y por qué? Porque no le hacés bien a Nagale. A vos tampoco te hago bien. Tenés que venir conmigo ahora mismo. No. Y hacía tanto calor, y era tanto el verano. Y yo miraba los adornos de la casa de Nagale. Y sabía que no. Que no podía ser su casa. Y entonces me daba cuenta de que todo era tan extraño, tan armado alrededor. Y Rildem se iba. Y yo salía corriendo por un camino largo lleno de piedras y le gritaba: ¡Rildeeeeem! Pero Rildem no escuchaba o no quería escuchar y se iba, se perdía lejos. Entonces yo me quedaba llorando en la vereda y venía Nagale. No te pongas mal, Meli. No le hagas caso. ¿Querés que hagamos un postre bien rico? ¿Para qué, Nagale? Para comerlo. Y podemos ver una peli. No quiero postres. No tengo ganas, Nagale. Nagale… creo que me voy. ¿Por qué? Porque me pasan cosas. ¿Qué cosas? Como una marea magenta que viene y me arrastra.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

es la primera parte de algo meliza pero también es algo completo y es genial meliza muy hermoso!

Anónimo dijo...

es la primera parte de algo meliza pero también es algo completo y es genial meliza muy hermoso!

Anónimo dijo...

da pavura de tan hermoso!
lo mismo que lo de la plaqueta:
"Yo quiero salir una noche por una de esas puertitas de atrás que tienen los teatros viejos en las películas. Que sea tarde, que no haya nadie, que llueva. Irme perdiendo a lo lejos por los callejones de adoquines hasta que me envuelva toda la oscuridad."

Roberto Ö. dijo...

Meli, esta tu lectura fue como viajar por muchos lugares. Ciudad, campo, casa. Todo visto por ti. Y las voces que se confunden, ah que delicia

M. dijo...

:-) !!!

Gracias, Beto!
Beso.