lunes, 3 de noviembre de 2008

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Estuvimos pensando en el mar un rato. Después se nos pasó. (A veces nos parece que somos como de películas de Lucrecia Martel). Ella quería aparecer en otro lado. Yo al día siguiente me vine al río y me puse a tirar piedritas, como la vez que la otra Paula me pasó a buscar y nos fuimos en la moto a la Almona.
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(No sé si la gente del futuro va a saber qué es un blog. Pero no estoy ya para ponerme a escribirles cartas. No sé. Ya creo que no creo en esas cosas).
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Cuando me canse me voy a ir. (Ya me está empezando a molestar de nuevo el ruido). A veces me pongo así. No sé dónde quiero estar. Al lado de esta acequia, en mi casa (no), en una noche de otro lugar. No sé. Desaparecer. Aparecer. Desaparecer. Y que sea otro lado, como lo que quería ella. No sé. A veces no quiero estar en ninguna parte. Pero no sé cómo se hace. Pienso en las hojas que un chico escribió que el viento no venía para hacerlas volar (ni). A lo mejor ahí sea lindo. Yo tampoco quiero volver.
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Está empezando a lloviznar y la gente de pronto quiere irse. Va a ser lindo porque ya enseguida va a empezar a oscurecer. (¿Qué es lo que oscurece? ¿El aire?)
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Y después me dijo que me iba a llevar a conocer sus perros. Que estaba acostado en una mesita de piedra (y todo era verde y madera alrededor. Y árboles y río cerca). Que íbamos a ir a su casa para que yo los conociera.
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Un día alguien me va a ver
(y ya no va a haber changüini).
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Habría que escribir como escribe ella.
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Y ahora en mi casa nadie debe estar preguntanto adónde estoy. (En San Antonio, dejándome lloviznar.
Enseguida vuelvo).

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