La primera vez que tuve contacto con un videojuego fue cuando fuimos a Brasil y a mis hermanos les compraron un Atari. Yo no sé si me acuerdo del momento de la compra, pero del viaje en sí, además del mar, de una vez que se largó a llover muchísimo y lo mismo nos quedamos en el agua porque era calentita, los choclos con sal que vendían en los puestos de la playa, una remerita de un verde muy intenso con botones blancos en las mangas o en el pecho y una foto parada en una especie de plaza con banderas en mástiles altos con pose de mano en la cintura y piernita para el costado, el pelo en media colita peinada toda para atrás, tengo una imagen de estar en la habitación del hotel, yo tendría cinco años, con una revista de historietas de los sobrinos de Donald (Huguinho, Zezinho e Luisinho) y la sensación de que estaba todo escrito en otro idioma, aunque supongo que todavía no sabría leer y que, evidentemente ahora, el idioma era el portugués. También me acuerdo de unos muñecos articulados que venían en un bicicleta doble que le habían comprado a mi hermana. Eran una pareja de hombre y mujer y tenían un bebé que se lo podías poner en la espalda dentro de una especie de mochila para que lo llevaran en sus viajes en bici. No me acuerdo del Atari mientras estábamos en Brasil, sino después, cuando llegamos a la casa y mis hermanos jugaban. Tampoco sé cómo sabía que lo habían comprado en Brasil. Alguien lo habrá dicho. Pero era como un hecho indiscutido. Tenían dos juegos para el Atari: el “Galaxy” (el ahora clásico de matar los bichos que estaban en el cielo con una nave que les disparaba rayos) y el juego de “E.T.”. Al juego de “E.T.” nunca lo entendí. Me acuerdo que cuando empezaba, E.T. se caía a un pozo y nunca más supe lo que había que hacer, a pesar de apretar muchas veces el botón rojo y mover para todos lados la palanca del joystick.
Bueno, después de eso, cuando tenía ocho o nueve, a
mi primo de Salta le compraron un Family Game. (Sería como una versión medio
argentina o china de la Nintendo o de un rejunte de distintas marcas de
consolas, supongo ahora, con los juegos pirateados o algo así). El primer juego
del que me acuerdo era el “Circus” (el del payasito que estaba en un circo y
tenía que ir superando diferentes pruebas mortales, tenías que hacerlo saltar
de pelota en pelota sin que se cayera y después había un león que lo tenías que
hacer saltar y traspasar aros de fuego que venían sin parar, y un monito que no
me acuerdo bien qué era lo que hacía, creo que se metía por el medio en algunos
momentos para crear mayor dificultad y así). Mi primo Pablo era MUY BUENO
jugando al “Circus”. A veces venían a la casa de su abuela en Monterrico y lo
traían y jugábamos ahí. Hasta que a mí me regalaron uno para el día del niño y
fue lo más. Sí: MI PROPIO FAMILY venía con un cassette que traía un compilado
de varios juegos, como más de cien. Mi hermano más grande también se enganchaba
mucho y en las primeras épocas en el ranking de los preferidos venía primero el
Súper Mario (for ever and ever), y después el “Pinball”. Yo le hacía frente
bastante bien a mi hermano. Ahí empezó mi amor por Mario. Después de un par de
años de jugarlo y jugarlo y jugarlo (era dificilísimo pasar el castillo final,
sobre todo porque no podías guardar las etapas, siempre llegabas chiquitito y
con escasas vidas, y si perdías tenías que empezar todo de nuevo; o al menos
todo el Mundo 8 de nuevo), un día, estaba en el dormitorio de mi hermana que
era la única que tenía tele para ella sola y por lo tanto el Family estaba
conectado ahí, y tratando de sobrellevar la histeria y el estresssss más
increíbles del Universo, después de pasar la etapa 1 del Mundo 8, la etapa 2
del Mundo 8, la etapa 3 del Mundo 8 (en la que salían los hijos de puta de los
koopas que caminan en dos patas y te tiran martillos desde lo alto y te hacen
perder) y el castillo final, ¡¡¡¡¡LO-PA-SÉ!!!!! ¡¡¡¡¡NO LO PODÍA CREER!!!!!
¡¡¡¡¡NO LO PODÍA CREER!!!!! Seguramente habrá muchos que pasaron el Mario en
mucho menos tiempo que yo, ¡¡¡¡¡pero también MUCHOS MÁS, POR LEJOS,
MUCHÍÍÍÍÍÍSIMOS MÁS, QUE NUNCA NUNCA NUNCA JAMÁS PUDIERON VER DE FRENTE LA CARA
DE BOWSER Y ASISTIR A SU DESTRUCCIÓN EN PANTALLA Y QUE VENGA LA PRINCESA Y LE
DÉ A TU MARIO UN BESO EN LA MEJILLA!!!!! (Bueno, medio poca cosa después de
tanto sufrimiento, ¿pero qué más se podía esperar de una princesa rubia con
vestidito rosado?). Inmediatamente, SIN APAGAR EL JUEGO Y CON LA PANTALLA FINAL
A PLENO BRILLANDO EN EL TELEVISOR, salí corriendo a buscar a mi hermano, con la
alegría contenida en el pecho (nunca fui de ponerme a gritar, aclaro), no
estaba en la casa, no estaba en ningún lado, salí a buscarlo en la finca, nadie
sabía dónde estaba, era inminente la necesidad de mostrarle la pantalla con
MARIO VICTORIOSO SALTANDO, lo encontré en el escritorio, creo. ¡¡¡¡No sé, no sé
cómo se lo habré dicho, lo hice venir a la casa, no me acuerdo más, se me borra
todo lo que pasó después de la emoción inabarcable que tenía!!!! (Obviamente ni
mi hermano ni nadie que yo conociera en persona hasta ese momento había podido
pasar la final del Mario). No quería apagar el tele. Sabía que era un momento
indiscutiblemente único, no sabía si alguna vez volvería siquiera a ver esa
escena en ninguna pantalla nunca más en la vida y en el mundo.
Con los días me fui calmando, y después Alejo me
prestó en el colegio su juego de “Los Picapiedras”. También estaba genial (pero
no era el Mario, eso está claro). El cassette no tenía la carcasa, sólo la
parte de adentro, que era como una placa de metal llena de cositos pequeños que
pinchaban y a mí me daba miedo de que me diera la corriente. A veces lo tenías
que sacar y volverlo a poner para que la consola lo agarrara. También era tipo
de aventuras como el Super Mario. Hasta que otro día me prestó el SUPER MARIO 3
recién salido del horno. ¡Estaba muuuuuy bueno! No lo pude pasar en esa época,
y un día se lo tuve que devolver. Pero el relato sobre el Mario 3 queda
pendiente, ojo.
Unos años después, ya en séptimo grado, en las
compus del colegio estaba el “Prince of Persia”: ese también era buenísimo,
pero tenías que acostumbrarte a manejar bien el muñequito porque si daba un
paso de más se podía caer o quedar ensartado en los pinchos que salían del
piso. Además era difícil jugarlo con el teclado de la compu, sin joystick (algo
que después tampoco nunca pude hacer).
Esto hasta aquí fue durante la primaria y casi por
el final de esta época llegó a los fichines de El Carmen el “Tetris”. Cuando
estábamos en la plaza con los amiguines, concentrando ahí para ir a jugar a las
Mini-Olimpiadas o algo, nos íbamos a los flamantes jueguitos que habían puesto
en el almacén del lado del cine de la esquina y alternábamos entre el tejo, el “Tetris”
y poner “Desesperada” de Marta Sánchez, “Piel Morena” de Thalía y “Mariposa
Tecknicolor” de Fito en la especie de rockola también flamante que habían
puesto en las instalaciones. Bueno, no todo eran los jueguitos, también
patinábamos en la plaza o en el Sport y nos presumíamos con los chicos del
momento. Todo eso está documentado en mi diario, por suerte. (Pero eso no se lo
muestro a nadie porque hay ahí por ejemplo rankings de los chicos que me
gustaban del uno al diez CON NOMBRE,
APELLIDO Y TELÉFONO, y aunque ya crecieron igual me sigue dando
vergüenza que lo sepan, aunque ya lo sabrían.
(Siempre se saben estas cosas)).
Un par de años después, cuando tenía quince, me
puse de novia re en serio y los hermanos más chicos de mi novio tenían una Super
Nintendo con el cassette de “Super Mario All Stars”, que traía todos los Mario
que habían salido hasta el momento: el Super Mario Bros (con dos versiones más,
un poco modificadas (“secuelas”, si nos ponemos en vocabulario técnico)), el Super
Mario 2 (el más raro de todos), el Super Mario 3 (mi asunto pendiente) y el Super
Mario World (que era IM-PRE-SIO-NAN-TE). Me acuerdo que la primera vez que vi
el Super Mario World en la pantalla del tele fue una vez que me habían invitado
a almorzar y sus hermanos, todavía con el uniforme del colegio puesto, jugaban
sentados en el piso. ¡Las monedas flotaban en el aire dando vueltas sobre su
propio eje! Era como re moderno. Tenía millones de secretos, mundos, lugares
ocultos, inacabables trucos por descubrir y el caballito Joshi, que en realidad
era un dinosaurio-caballito, amigo de Mario. En la segunda parte del mapa,
arriba de todo había un mundo oculto, al que mi cuñado más chiquito llamaba la
“Top Secretaria”, que después me di cuenta de que era la “Top Secret Area”, y
en donde podías juntar hongos de crecimiento, flores para lanzar bolas de
fuego, plumas que te dan un traje con capita con el que tomando mucho impulso
podés volar, caballitos Joshi y honguitos de vidas extras. Todos los que
quisieras. Una vez que descubrías la “Top Secret Area” no te paraba nadie,
salvo Bowser en el último castillo, claramente. Y además lo genial era que te
iba guardando etapa por etapa, mundo por mundo, todo lo que hubieras superado.
Por esta época alternaba entre ir al colegio, sufrir por estar de novia en una
relación enfermiza y a distancia, ir a Inglés y juntarme con mis amigas en El
Carmen los fines de semana.
Al año siguiente, les compraron la Play Station
recién inventada a los hermanitos y nosotros les compramos a ellos la consola
de Super Nintendo a $60 con obviamente el cassette de los Mario, el Mario Kart,
y algunos otros que no me gustaban mucho porque eran de varón: uno de aviación,
otro de carreras de autos, el de “Lethal Weapon” con Mel Gibson muñequito
básico y así, y la teníamos en mi casa. Ahí me puse al día con todos los Mario,
pero todavía no lograba llegar a la final del Mario 3 ni del Super Mario World.
Eso vino después. El Super Mario 2 era tan raro que aún no lograba captar del
todo mi interés. Y al Mario clásico, después de varios años de haberlo jugado
tanto cuando era más chica, no lo volví a agarrar por entonces.
Después, cuando
ya iba a la facultad, otro novio tenía la Nintendo 64, pero las veces que
intentaba jugar al Mario nuevo en su casa nunca podía hacer que Mario caminara
derechito; era mucho más sensible a cualquier minimovimiento que pudieras
llegar a hacer. Igual estoy segura de que si la consola hubiera sido mía y lo
hubiera intentado más seguido, otro sería este cantar. (Y no quiero hablar más
del Mario 64 porque me genera sentimiento de frustración. Pasemos a otra
pregunta).
-No podés estar tan deprimida.
-No estoy deprimida.
-Estás todo el día encerrada jugando a los
jueguitos.
-Eso no significa que esté deprimida.
-¿Por qué no escribís?
-¿Y qué querés que escriba?
Aquí vienen los años de angustia y depresión. Los
ideales para pasar todos los Mario juntos hasta el final, incluso tomarle gusto
al Super Mario 2. Uno de esos fines de semana de la etapa depresiva, en que me
había ido un domingo a El Carmen, abrí el armario de mis juguetes y le saqué el
polvo a la consola de Super Nintendo. Todo esto con una luz cenital blanca que
me ilumina sólo a mí, con la Super Nintendo entre las manos, mientras todo
alrededor es penumbra y decadencia. Volví a Jujuy, conecté la consola en mi
tele y no paré más hasta ver todos los créditos finales de todos los Mario en
la pantalla. Por supuesto, esto me llevó varios meses, no fue todo de una.
Tenía que volver a ponerme en forma. Pero así pasé el Super Mario Bros (al que
yo llamo “Mario 1”) en sus distintas versiones, el Mario 2 (jugando
preferentemente con la princesa, porque el vestido te hacía un efecto
paracaídas en las caídas libres y podías regularla para caer más lento y, en
última instancia, salvarte), el Mario 3 (con traje de rana, sin traje de rana,
con la botita para pisar las plantas carnívoras sin que te coman, sin la botita
para pisar las plantas carnívoras tratando de que no te coman) y el Súper Mario
World, todos con todas las alternativas de salida posible (llegando a la etapa
final con trucos de atajos y rutas secretas; volviéndolos a jugar y pasándolos
a conciencia mundo por mundo, etc.). Cuando ya los tenía a todos dominadísimos,
hacía cosas como por ejemplo recurrir a la alta tecnología de Internet (que
ahora sí existía y plenamente desarrollada) y ponerme a buscar en las guías
Nintendo para ver si no me había quedado algún secreto en el tintero; incluso
buscaba en lugares tipo foros extraoficiales de Mario donde te ponían algún
truco clandestino que no venía en las guías; cuando me enteraba de que había
alguno que se me había pasado, por mínimo y prescindible que fuera, volvía a
jugar todo el juego de nuevo hasta llegar a ese mundo y hacer el truco, y cosas
así. No voy a pormenorizar los detalles de las pantallas finales Mario por
Mario porque sería largo, aunque ganas no me faltan, pero por ejemplo, después
de ganarle a Bowser en el Super Mario World, me enteré de datos increíblemente
relevantes que aparecen en los créditos finales y a los que pocos elegidos han
tenido la oportunidad de asistir, como que el Director General del juego se
llama Takashi Tezuka; el Director de Mapa, Hidequi Konno; el Director de Área,
Katsuya Eguchi; y el Director de Programa, Toshio Iwawaki; y así un montón de
gente japonesa más que está detrás de todo esto. Además del deleite de ver
aparecer el reparto de absolutamente todos los personajes, bueno por bueno y
malo por malo, con sus respectivos nombres.
Por último, quiero agregar que cuando agoté todas
las instancias de todos los Mario que tenía, lo llamé por teléfono a mi segundo
ex novio, unos diez años después, para preguntarle si me vendía su Nintendo 64.
La respuesta fue negativa porque se la había regalado hacía un tiempo al hijito
de “una compañera de trabajo” (no quise indagar en mayores detalles), pero que
tenía la Playstation 2 archivada porque se había comprado el último modelo de
consola de Play que había salido. Me la trajo en un estado impecable, con
varios juegos, y me incluyó, además, la guitarrita del “Guitar Heroe”. Un
maestro.
Tengo anécdotas masomenos recientes vinculadas al “Guitar
Heroe,” a la pista de “Smoke on the water” de Deep Purple jugada en nivel de
dificultad “medio”, en la que está implicada más gente en modo “duelo”, pero
que no serán develadas aquí, ni soñando (oooh).
Así que esta ha sido la breve relación de mi vínculo
con los videojuegos (“los vicios”, como les decían los varones en aquellas dulces
épocas) y el que tenga una Nintendo 64 viejita con el Mario 64 para vender, ya
sabe: escucho ofertas.
*[Publicado en Revista Cultural Intravenosa - Año 8 - N° 14 - Diciembre 2013 - Jujuy - Argentina].
http://issuu.com/revistaintravenosa/docs/intravenosa_14_web
http://issuu.com/revistaintravenosa/docs/intravenosa_14_web